Europa no necesita más leyes para la IA: necesita más inversión

La entrada en vigor del AI Act (Ley de Inteligencia Artificial) marca un antes y un después en la regulación de la inteligencia artificial en Europa. Con esta nueva normativa, la Unión Europea busca sentar las bases para un desarrollo ético y seguro de la tecnología.

Sin embargo, la gran pregunta que debemos hacernos no es si regular o no, por supuesto que sí, sino si la Unión Europea está acompañando esa regulación con la inversión necesaria para no quedar relegados en la carrera global por el liderazgo en Inteligencia artificial.

Hoy por hoy, la respuesta es clara: no.

Según el AI Index Report 2025 del Stanford HAI. Estados Unidos destinó más de 100.000 millones de dólares en inversión privada en IA durante 2024. China también ha intensificado su apuesta, con jugadores como Baidu, Huawei y Alibaba ocupando posiciones estratégicas. En Europa, sin embargo, apenas alcanzamos un 25% de la inversión estadounidense. Esa brecha no es solo financiera: es también estratégica, competitiva y cultural.

Mientras allí surgen gigantes como OpenAI, Anthropic o Nvidia, aquí seguimos apostando por pequeñas startups con mucho talento pero sin el respaldo suficiente para escalar. Mistral AI, ElevenLabs o Lovable son ejemplos prometedores, pero insuficientes para cambiar el mapa global.

La aprobación del AI Act es, en esencia, un paso adelante. Protege derechos, evita abusos y crea un marco ético. Pero también corre el riesgo de convertirse en una traba si no viene acompañada de políticas que impulsen el desarrollo real de la tecnología. Regular sin invertir es como poner semáforos en una ciudad donde no se han construido carreteras.

En el ecosistema emprendedor, el exceso de burocracia y la falta de claridad legal pueden generar incertidumbre; y la incertidumbre es el mayor enemigo de la inversión.

Lo que necesitamos no es frenar la regulación, sino acompañarla de una visión estratégica que entienda que el desarrollo de IA en Europa pasa por la creación de centros de datos propios y energéticamente sostenibles, la inversión en modelos de lenguaje europeos que respondan a nuestras necesidades culturales y lingüísticas, la generación de aplicaciones específicas para sectores estratégicos: sanidad, banca, administración pública, logística, etc. Y, sobre todo, un entorno normativo estable y acompañado de recursos.

Pero no todo es negativo y existen señales esperanzadoras. La inversión europea en startups de IA creció un 61% tan sólo en el primer semestre del 2025, según datos de la Comisión Europea. Además, programas como Choose Europe to Start and Scale buscan atraer talento y capital al continente. Si bien, estas son buenas noticias y un paso en la dirección correcta, no son suficientes todavía. La competencia está a otro nivel.

Europa tiene el talento, el mercado y la capacidad de innovación, pero si no actuamos con valentía, quedaremos relegados a espectadores en la revolución de la inteligencia artificial.

La apuesta debe ser clara: menos miedo, más ambición. La IA no es una amenaza si se entiende, se regula bien y se impulsa con inversión responsable. El futuro no se gana regulando, se gana construyendo.