Ciberseguridad para pymes: lo que estamos aprendiendo (y aún no se está haciendo)

En verano bajamos la guardia. Cerramos oficinas, nos desconectamos —o eso creemos— y dejamos nuestros sistemas más expuestos que nunca. Pero los ciberdelincuentes no descansan. Al contrario: para ellos, el verano es temporada alta.

Desde Vodafone Business hemos realizado en los últimos meses un análisis detallado de la situación real de muchas pymes españolas en materia de ciberseguridad. El diagnóstico es claro: muchas empresas creen estar protegidas, pero no lo están.  La mayoría de las pymes se sienten seguras, pero no porque tengan políticas avanzadas de protección, sino porque creen —erróneamente— que no son atractivas para los ciberdelincuentes.

Esta falsa sensación de seguridad es, probablemente, la mayor vulnerabilidad que enfrentan hoy. Y en un entorno en el que los ataques se han democratizado —y pueden contratarse por internet como si fueran un servicio más—, no hay excusas para bajar la guardia.

¿Por qué el verano es una época crítica en ciberseguridad?

El verano representa un punto de inflexión en materia de ciberseguridad para muchas empresas, y especialmente para las pymes. Durante estos meses, las organizaciones operan con equipos reducidos y menor vigilancia interna, lo que repercute directamente en su capacidad de supervisión y en los tiempos de respuesta ante posibles incidentes.

En muchas pequeñas empresas, las tareas relacionadas con la seguridad digital están concentradas en una o dos personas que, en agosto, simplemente no están disponibles. Esta ausencia de personal cualificado crea ventanas de oportunidad que los ciberdelincuentes no tardan en aprovechar.

Además, las vacaciones conllevan una mayor movilidad y una tendencia creciente a conectarse desde ubicaciones no habituales: segundas residencias, cafeterías, hoteles o aeropuertos.

En todos estos contextos, el uso de redes WiFi abiertas y dispositivos personales no siempre actualizados ni protegidos incrementa significativamente los riesgos. Las buenas prácticas de seguridad se relajan y, con ellas, la protección de los activos digitales de la empresa.

En paralelo, los atacantes intensifican sus campañas de ingeniería social precisamente en esta época. La desorganización estival, con cambios frecuentes en los equipos y un flujo constante de ausencias, facilita el éxito de correos fraudulentos que suplantan identidades internas o simulan situaciones urgentes.

Un simple correo que aparenta ser de un compañero que está de vacaciones, solicitando un cambio de cuenta para un pago, puede desencadenar consecuencias financieras graves si no se detecta a tiempo.

Este desorden temporal también genera un entorno más propenso a los errores. Las sustituciones improvisadas, la compartición de credenciales o la habilitación de accesos temporales sin un control riguroso exponen a las pymes a riesgos que, en condiciones normales, estarían bajo control.

Cuando no se sabe con exactitud quién accede a qué recursos ni desde dónde, resulta mucho más difícil contener una amenaza antes de que cause daño.

Por último, cabe recordar que no todos los ataques requieren intervención humana. Muchos están automatizados. Bots maliciosos escanean sistemas en busca de vulnerabilidades conocidas, y están programados precisamente para actuar durante periodos de baja actividad.

En verano, cuando el volumen de tráfico y la atención del equipo de IT disminuyen, estas amenazas tienen más posibilidades de ejecutarse sin ser detectadas.

Una amenaza creciente y democratizada

A esto se suma el cambio del entorno de las ciberamenazas. Hoy no se necesita ser un hacker experimentado para lanzar un ataque. La proliferación de servicios como el Ransomware as a Service o el Hacking as a Service permite que prácticamente cualquiera, con conocimientos básicos y acceso a la dark web, pueda comprar herramientas de ataque listas para usar.

Esto ha ampliado el alcance de los ciberdelincuentes y ha convertido a las pymes en blancos frecuentes, al necesitar de una estrategia más sencilla debido a su menor capacidad de respuesta e inversión en ciberseguridad.

El 43% de las víctimas de ciberataques en 2023 fueron pequeñas empresas. Y más del 60% de las pymes que sufren un ciberataque terminan cerrando en los seis meses siguientes. El impacto económico no se limita al rescate exigido por los atacantes, en caso de que así sucediera, —que puede rondar los 170.000 euros de media—, sino que se extiende a la interrupción del negocio, la pérdida de confianza de clientes y proveedores, o las sanciones regulatorias por incumplimiento en la protección de datos.

Nuestra asesoría a lo largo del último año, en empresas de todos los sectores y tamaños, ha permitido identificar con claridad las áreas donde las pymes más deben mejorar si quieren estar preparadas frente al creciente riesgo digital. Y es que, aunque existen diferencias significativas entre las grandes organizaciones y las pymes, en cuanto a su enfoque y madurez en ciberseguridad. Algunas de las más relevantes son:

1. Formación y concienciación insuficiente

El nivel de preparación de los empleados sigue siendo bajo. En muchas pymes, los usuarios son la primera y única línea de defensa, pero carecen de formación específica para identificar amenazas como el phishing o el vishing.

A menudo, se enfrentan a limitaciones de recursos, tanto humanos como económicos. Esto no significa que no se preocupen por la seguridad, sino que necesitan soluciones más simples, automatizadas y asequibles, que no requieran una gran infraestructura ni conocimientos técnicos avanzados.

2. Infraestructuras obsoletas o mal configuradas

Todavía son frecuentes los entornos que combinan dispositivos sin actualizar, redes WiFi sin protocolos de seguridad avanzados, o sistemas operativos fuera de soporte. Todo ello crea una superficie de ataque amplia, donde un solo punto débil puede comprometer todo el sistema.

3. Falta de segmentación de redes y protección del entorno móvil

Con el auge del trabajo en remoto y del uso de dispositivos personales, es esencial tener políticas claras de acceso y herramientas específicas de protección para endpoints y móviles. Sin embargo, muchas pymes no cuentan con soluciones MTD (Mobile Threat Defense), ni con políticas de BYOD (Bring Your Own Device) bien definidas.

4. Ausencia de inteligencia de amenazas y visión predictiva

Una gran parte de las estrategias de seguridad que observamos siguen siendo reactivas: se basan en detectar y responder cuando el ataque ya ha comenzado. Pero en ciberseguridad, llegar tarde puede ser devastador. Las tecnologías actuales permiten anticipar patrones de comportamiento malicioso y tomar medidas preventivas antes de que el daño se produzca.

5. Escasa capacidad de respuesta automatizada

En caso de incidente, el tiempo de respuesta es clave. No basta con tener copias de seguridad o antivirus; es necesario contar con mecanismos automatizados que permitan aislar amenazas y restablecer operaciones en el menor tiempo posible. La mayoría de las pymes auditadas no disponen de estos protocolos, y dependen exclusivamente de la intervención manual de su proveedor tecnológico… si lo tienen.

De la detección a la predicción: el nuevo paradigma

Uno de los aprendizajes más valiosos del trabajo realizado es que muchas empresas tienen ya herramientas de protección, pero no una estrategia. Han acumulado soluciones (antivirus, firewalls, backups) que no se comunican entre sí, lo que genera “islas de seguridad” descoordinadas. Sin una visión unificada de red, datos y dispositivos, no es posible anticipar amenazas complejas ni aplicar una defensa efectiva.

La clave está en evolucionar hacia una plataforma de seguridad integrada, que incorpore modelos de detección y respuesta extendida (XDR), inteligencia de amenazas en tiempo real, y herramientas basadas en IA que permitan no solo detectar lo que ya ha pasado, sino anticipar lo que puede venir.

En este contexto, el concepto de deception —crear señuelos para detectar intrusiones de forma silenciosa— y el uso de IA discriminativa y generativa para la gestión de incidentes se convierten en aliados fundamentales.

Invertir en ciberseguridad no es un coste, sino un requisito para la continuidad del negocio. Pero también —y esto es importante subrayarlo— es una ventaja competitiva. Las empresas que tienen su seguridad bien gestionada son más atractivas para sus clientes, más sólidas frente a auditorías y más fiables dentro de la cadena de suministro.

Además, la entrada en vigor de nuevas normativas como la directiva europea NIS2 obliga a cada vez más empresas a elevar su nivel de protección, realizar auditorías periódicas y demostrar capacidad de respuesta. El cumplimiento regulatorio será pronto un requisito para acceder a licitaciones, colaborar con grandes compañías o incluso para contratar ciertos servicios tecnológicos.

Conclusión: saber en qué punto estás, para saber a dónde ir

Las amenazas no distinguen por tamaño: un ciberataque puede ser igual de devastador para una pyme que para una gran empresa. Por eso, es necesario democratizar la ciberseguridad, acercando tecnologías avanzadas a todo tipo de organizaciones, con un enfoque adaptado a su realidad.

El primer paso para proteger una empresa es saber cuáles son sus puntos débiles. Y eso, precisamente, es lo que ha permitido la asesoría: poner el foco en lo que no se ve a simple vista. El diagnóstico no basta por sí solo, pero es la base para tomar decisiones informadas y construir una estrategia de seguridad realista y eficaz.

No se trata de tener todas las respuestas desde el principio, sino de saber qué preguntas hacer, qué riesgos asumir y cuáles no. En ciberseguridad, como en cualquier otro ámbito empresarial, lo que no se mide, no se puede mejorar.

La buena noticia es que las pymes no parten de cero. Muchas ya han dado pasos importantes y ahora tienen la oportunidad de consolidar lo avanzado, reforzar lo crítico y anticiparse a lo que viene.

Y si algo hemos aprendido en este análisis es que no hay soluciones mágicas, pero sí caminos viables, sostenibles y adaptados a cada empresa. Porque protegerse no es solo una obligación o una respuesta al miedo, sino una decisión estratégica para avanzar con mayor confianza en un entorno digital cada vez más exigente.