Todos los que estáis leyendo este artículo seguramente aprendisteis en su día a hacer raíces cuadradas. Y, cuando lo aprendisteis, lo hacíais con cierta soltura. Si el número era grande, costaba más, pero aplicando el método, al final se resolvía correctamente.
También es probable que hoy en día, muchos de nosotros seamos incapaces de resolver una raíz cuadrada compleja con la misma agilidad con la que lo hacíamos entonces. Si nos esforzamos, podríamos hacerlo, pero la realidad es que nunca seríamos tan rápidos como cualquier calculadora, por simple que sea.
Permitidme una licencia narrativa: voy a llamar “proceso de idiotización” a esa pérdida de agilidad mental que sufrimos al dejar de realizar ciertas tareas por nosotros mismos, delegándolas a herramientas tecnológicas.
Respecto a los riesgos que implica la inteligencia artificial generativa (confidencialidad de la información, sesgo en las respuestas, aumento de ciberataques, entre otros), bajo mi punto de vista, el más importante es, sin duda, el riesgo de idiotización.
¿En qué consiste este riesgo? Del mismo modo que hemos perdido agilidad para hacer raíces cuadradas por depender de las calculadoras, podríamos perder la capacidad de analizar información, tomar decisiones, generar contenido, mejorar procesos o incluso realizar análisis estratégicos si delegamos esas tareas en la IA generativa. Esta tecnología ya ofrece una agilidad comparable a la de una calculadora, pero aplicada a funciones cognitivas complejas.
Y lo hace cada vez mejor. Nos sorprende la precisión y capacidad con la que estas herramientas ejecutan tareas que hasta hace poco considerábamos exclusivamente humanas. Esto está impactando directamente en la competitividad de empresas y profesionales, y se refleja en el uso creciente de estas herramientas no solo como soporte, lo cual es positivo, sino también como sistemas sustitutivos.
Muchos profesionales ya se limitan a copiar y pegar las respuestas generadas, bien por pereza, por desconocimiento o, lo que es más preocupante, porque la calidad de las respuestas es tan alta que resulta difícil superarlas. Y en ese punto nos preguntamos: “Si lo hace tan bien y mejora mi respuesta, ¿por qué no usarla?”
Ese es el verdadero riesgo: perder capacidad crítica y agilidad en la toma de decisiones estratégicas por el uso continuado de una herramienta que, en apariencia, mejora nuestra forma de pensar y decidir.
Imaginemos un escenario, dentro de cuatro o cinco años, en el que todos los gestores de empresas europeas utilizan la IA no solo como complemento, sino como “mentor” en la toma de decisiones. Nos convertiríamos en expertos en el dudoso arte de copiar y pegar. Ahora imaginemos que los principales proveedores de IA decidieran cortar el acceso a estas herramientas a empresas, investigadores o estudiantes europeos por un conflicto geopolítico.
La pérdida de competitividad de Europa frente a Estados Unidos o China sería catastrófica, no solo por la falta de acceso a la tecnología, sino también por la pérdida de capacidades que su uso intensivo habría provocado. En ese escenario, Europa estaría, en efecto, idiotizada frente a los países que disponen de su propia IA generativa.
La solución no es sencilla. No podemos prohibir el uso de la IA si esta nos aporta ventajas competitivas. Sería como obligar a resolver operaciones matemáticas manualmente mientras nuestros competidores usan calculadoras: perderíamos competitividad automáticamente.
Otra alternativa sería establecer mecanismos que obliguen a revisar y mejorar las respuestas de la IA, pero eso es técnicamente complejo y difícilmente viable, ya que la calidad de las respuestas no deja de mejorar.
Por tanto, sospecho que, como casi siempre, la clave estará en las personas. Aquellos individuos con altas capacidades intelectuales y creativas que sean capaces de mejorar, reinterpretar o enriquecer las respuestas que ofrece la IA marcarán la diferencia. Las organizaciones o países que cuenten con estos perfiles seguirán siendo competitivos.
Y, por otro lado, dada la amenaza estratégica que supone depender de proveedores externos, lo más prudente sería que cada país contase con su propia IA generativa. No sea que, algún día, alguien con malas intenciones decida cerrar el grifo.